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El buen odio

Ricardo Cortines

Profesor de Filosofia del Derecho y Ciencia Politica en la UCJC

Autor del libro El buen tiempo

Capital Humano, Nº 359, Sección Crecimiento profesional / Tribuna, Diciembre 2020, Wolters Kluwer

Portada

Amar es bueno y odiar es malo. Eso nos han enseñado. El amor mueve el mundo. El odio solo genera dolor. De la semilla del odio nada crece. De la semilla del amor surge la vida misma. Amar una idea o una conducta, amar a la persona que está detrás de esa idea o de esa conducta, indudablemente es plausible. Sin embargo, no lo es odiar una idea o una conducta o a quien la encarna.

¿Cuándo vamos a entender que, si algo es bueno, lo contrario no tiene por qué ser malo? Que, si el amor es bueno, también puede serlo su antagónico, el odio.

Odiar es bueno cuando toca. Lo mismo que lo es amar cuando hay motivo. Otra cosa es que no haya un porqué para odiar a alguien. Eso no lo receto. Como tampoco prescribiré nunca el amor sin razón.

Odiar a alguien es decirle: «te detesto porque amo lo contrario de lo que tú representas». El odio es la otra cara del amor. De igual manera que el amor es el reverso del odio. Y cada uno tiene su página en blanco.

¿Alguna vez te has preguntado por qué el mundo es como es, por qué no es mejor de lo que es? Te lo voy a decir: porque falta amor. Amamos pocas cosas y además no las amamos demasiado. Si amáramos la verdad, si la amáramos de verdad —valga la redundancia— odiaríamos profundamente la mentira. Si amáramos realmente la justicia, la igualdad... los grandes valores sobre los que teóricamente está construido el mundo, odiaríamos con igual virulencia todo lo opuesto y el mundo sería mejor.

Debemos amar más cosas y amarlas más: la justicia, la igualdad, la verdad, los valores que están por encima de cualquier ideología y que nadie osa discutir. Así, de ese amor sin condiciones hacia esos valores inmutables surgirá un odio visceral a sus antónimos: a las injusticias, a la iniquidad, a los desmanes, a los abusos.

Tenemos que amar más para odiar más. Odiar «a muerte» no a quienes son diferentes a nosotros, sino a quienes odian a los que no son como ellos. No a quienes no piensan como nosotros, sino a quienes odian las ideas que no coinciden con las suyas. No a quienes creen en dioses que a nosotros nos resultan extraños, sino a quienes odian a los que no comparten sus creencias. Odiar a los gobernantes corruptos y a quienes los corrompen, a los maltratadores, a los usureros, a quienes se aprovechan de los débiles, a los que masacran la Naturaleza...

Pero no basta con desear que les pille un autobús. La clave es odiar con todas nuestras fuerzas, como si la justicia de la que nos están privando fuera nuestra propia madre, como si el mundo al que los canallas están desangrando llevara nuestra sangre.